jueves, 21 de marzo de 2013


LÍRICA GRIEGA
Safo de Lesbos
Fragmento de “Un epigrama”
II
Amor, que el pecho mío
continuamente agita,
es dulce y es impío,
y es más que una avecita
volátil y ligero.
¡Ay! de su dardo fiero,
¿quién consiguió victoria?
 
Renueva, amada mía,
renueva la memoria
de cuando Atis ardía,
tu dulce amor odiaba
y a Andromeda estimaba.
III
Desciende, Venus bella,
y en las doradas copas
con el suave néctar,
mezcla purpúreas rosas,
y a mis dulces amigos
que tu deidad adoran,
con divinal bebida
inspira y alboroza.
Fragmento de  “Oda a Afrodita”
Y tú ¡Oh, dichosa! en tu inmortal semblante
Te sonreías: ¿Para qué me llamas?
¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué padeces hora?
—me preguntabas—
¿Arde de nuevo el corazón inquieto?
¿A quién pretendes enredar en suave
Lazo de amores? ¿Quién tu red evita,
Mísera Safo?
Que si te huye, tornará a tus brazos,
Y más propicio ofreceráte dones,
Y cuando esquives el ardiente beso,
Querrá besarte.
Ven, pues, ¡Oh diosa! y mis anhelos cumple,
Liberta el alma de su dura pena;
Cual protectora, en la batalla lidia
Siempre a mi lado.

viernes, 1 de marzo de 2013


MEDEA (EURÍPIDES)
RESEÑA

Por orden del rey Pelías, Jasón reúne una tripulación de héroes para ir a buscar el vellocino de oro a La Cólquida, país muy alejado de Grecia. En un viaje lleno de aventuras y peligros, los Argonautas (es decir, la tripulación de héroes de la expedición), llegan a su destino. Allí, Jasón debe superar unas pruebas de valor que le impone el rey de la Cólquida, Eetes. Pero a Jasón lo ayuda a estas pruebas y a robar el vellocino de oro la hija de Eetes, Medea, que se ha enamorado de él. Jasón huye de La Cólquida acompañado de Medea y, una vez en Grecia, se casa con Medea y tienen dos hijos. El matrimonio y sus hijos se establecen en la ciudad de Corinto. Con el tiempo, Jasón se enamora de la joven hija del rey de Corinto, Creonte (coincide su nombre con el del regente de Tebas de la tragedia Antígona, pero son personajes distintos), se promete con ella y repudia, es decir, rechaza, a Medea como su esposa y la abandona.

La nodriza de los hijos de Jasón y Medea está preocupada porque ve a Medea en un estado de ansiedad, nervios, tristeza y mal carácter muy agudizado. Tiene miedo de que planee algo malo, aunque no está segura de qué puede ser. Esta preocupación la comparte con el pedagogo de los niños, a quien pide que aleje en lo posible a los hijos de su madre. Medea compadece ante el coro de mujeres corintias y lamenta que el hombre por el que ella dejó su hogar, su tierra y su familia la haya traicionado.

El rey Creonte se presenta a Medea y le ordena que abandone la tierra de Corinto, que salga como desterrada. Antígona le suplica que la deje allí algún día más para poder preparar su marcha. Jasón también va a hablar con Medea y se produce una fortísima discusión entre ellos. Entonces Medea, para vengarse de Jasón, planea matar a la hija de Creonte, la princesa con la que se va a casar Jasón y, después, matar a sus hijos, para que Jasón no pueda quedarse con ellos y para no sufrir ella la vergüenza de su repudio y su destierro. Así, llama de nuevo a Jasón y con palabras dulces pero falsas le hace creer que ella acepta su destino y que le parece su boda con la hija del rey. Jasón se marcha tranquilo. Medea prepara entonces una pócima mortal con la que impregna un vestido como regalo para la princesa y envía a sus propios hijos a que se lo lleven. Inicialmente, la princesa desconfía del regalo, pero cuando se pone el vestido, éste se le adhiere a la piel y el veneno le quema la carne como un ácido, muriendo la joven entre terribles dolores. Su padre, al ver a su hija agonizando la abraza desconsolado y, entonces, el vestido se pega también al cuerpo de Creonte provocando en él el mismo efecto anterior y ocasionándole la muerte en una fuerte agonía. Cuando Jasón de entera de lo que ha pasado, corre a pedir explicaciones a Medea, pero la mujer, en presencia de Jasón, asesina con un cuchillo a sus hijos, huyendo de Corinto en un carro tirado por caballos alados.


FRAGMENTO


CORIFEO
 Bien adornado está, Jasón, eso que dices,
 pero a mí me parece que, aunque otra cosa creas,
 no obras bien al estar traicionando a tu esposa.

 MEDEA
Hablando consigo misma.

Ciertamente son muchas las cosas en que yo
de los demás discrepo; que el malvado elocuente 580
creo que se hace reo del más duro castigo
cuando osa delinquir creyendo que su lengua
disfrazará lo injusto; pero no, no es tan diestro.

A Jasón.

Así tampoco tú vengas con bellas formas
y argumentos; hay uno que te va a derribar:            585
si no fueras un vil, debiste ir con mi asenso
a esa boda, no a espaldas de toda tu familia.

JASÓN
¡Pues sí que habrías sido muy útil en mi plan
si yo te hubiera hablado de él, tú, que aun hoy no accedes  a aplacar la gran ira que en tu corazón arde!         590

MEDEA
No era tal el obstáculo, mas mis bárbaras nupcias
que a una vejez oscura te iban encaminando.

JASÓN
Pues bien, sabe que no es una mujer la causa
de mi entrada en el lecho principesco que ocupo,
sino, como te dije, mi afán de protegerte    595
y de dar a mis hijos hermanos de la estirpe
tiránica que fueran baluarte de mi casa.

MEDEA
¡No me alcance esa vida dichosa, pero acerba,
ni una felicidad que mi ánimo atormente!

JASÓN
¿Tú sabes con qué voto resultarás sensata?            600
¡No le parezca amargo lo que es bueno ni creas
que eres desventurada cuando la suerte es tuya!

MEDEA
 Insúltame, pues tienes lugar a que te acojas;
 yo, en cambio, solitaria dejaré este país.

JASÓN
Tú misma lo escogiste; no eches la culpa a nadie. 605

MEDEA
¿Cómo? ¿Mujer tomando y haciéndote traición?

JASÓN
Impías maldiciones lanzando contra el rey.
MEDEA
Y también, ciertamente, contra tu propia casa.

JASÓN
Bien, no discutiré más contigo; si quieres,
con miras al exilio de tus hijos y tuyo,         610
recibir el dinero con que pueda ayudarte,
dilo, pues presto estoy a dar con mano pródiga
y a enviar signos a huéspedes que bien te tratarán.
Y, si esto no lo aceptas, estás loca, mujer;
mayor será el provecho si cejas en tu cólera.          615

MEDEA
Ni pienso con tus huéspedes tener el menor trato
ni de ti recibir nada; no me lo ofrezcas;
no aprovechan los dones del hombre que es perverso.

JASÓN
Pues yo pongo a los dioses por testigos de que
dispuesto estoy a hacerte bien a ti y a los hijos;      620
pero no te complace lo bueno y tenazmente
rechazas al amigo; pues más te dolerá.

MEDEA
Vete, que mucho tiempo fuera de casa llevas
y la nostalgia sientes de la recién casada.
De novio haciendo sigue; quizá—los dioses óiganlo-          625
tu boda va a ser tal que de ella te arrepientas.

Jasón sale por un lateral.

CORO
El amor al que falta mesura
no aporta a los humanos
renombre o virtud; mas,
si Cipris se mantiene en sus límites, no hay             630
otra diosa que más grata a los hombres resulte.

No me hieran, señora, los áureos dardos que embadurnascon los certeros filtros eróticos.

La templanza me inspire el altísimo            635
regalo de los dioses;
que nunca insaciables rencores
o airadas querellas me infunda,
excitando mi pasión hacia un lecho foráneo
la temible Cipris mas honre y mantenga sabiamente 640
la paz en las coyundas domésticas.

¡Oh, patria y casa! Jamás
llegue a estar desterrada
llevando una vida difícil,                              645
angustiosa y llena de penoso llanto!
¡El morir el morir venga y no el día
en que tal cosa suceda!
No hay dolor mayor que verse                     650
privada de la tierra patria.

Lo hemos visto no ha hecho falta
que nadie nos lo cuente.
Ni la ciudad ni los amigos                            655
comparten la pena tremenda que sufres.
¡Perezca el ingrato que al amigo
no honre abriéndole las puertas                  660
de su alma pura! Un tal hombre
jamás mi amistad gozará.



Coyundas: Unión conyugal. Sujeción o dominio.

LA ORESTIADA
Esquilo
AGAMENÓN (fragmento)

Al partir Agamenón para Troya, había prometido a Clitemnestra que le anunciaría por medio de hogueras la toma de la ciudad el mismo día que sucediese. Desde entonces Clitemnestra tenía puesto de atalaya a un siervo que debía estar en observación por si se veían las señales. El atalaya ve la hoguera, y corre a anunciarlo a su señora. La cual, con aquella nueva, viene a los ancianos que componen el coro de esta tragedia y les comunica el feliz suceso. Poco después llega Taltibio, quien refiere todo lo acaecido en la expedición. Por último, aparece Agamenón en su carro de guerra, seguido de Casandra, que viene en otro carro, con todo el botín y los despojos tomados al enemigo. El Rey se retira a su palacio acompañado de Clitemnestra, y en tanto Casandra predice los crímenes que han de ensangrentar aquella regia morada: su muerte, la de Agamenón y el parricidio de Orestes. Acometida como de furor  profético, arroja sus ínfulas de sacerdotisa y corre al lugar donde sabe que va a morir. Y aquí entra la parte de la acción más digna de admirarse, y más apta para causar en los espectadores terror y compasión. Esquilo hace verdaderamente que Agamenón sea muerto en escena. La muerte de Casandra se consuma en silencio; pero después el poeta hace que aparezca a la vista el cadáver de la infortunada. Y en conclusión, presenta a Clitemnestra y a Egisto haciendo alarde de haber tomado los dos venganza en una misma y única cabeza: ella, de la muerte de Ifigenia; él, de los males que causó Atreo a su padre Tiestes.

AGAMENÓN:¡Socorredme! ¡Herido estoy con mortal herida en mitad del corazón!
PRIMER SEMICORO:       ¡Silencio! ¿Quién gritó, herido de golpe mortal?
AGAMENÓN: ¡Otra vez! ¡Herido estoy de nueva herida!
SEGUNDO SEMICORO: ¡Es grito del Rey! Parece que un crimen se ha cometido. Deliberemos acerca de lo que haremos.
PRIMER SEMICORO: Por mi parte, os diré mi pensamiento: llamemos a los ciudadanos, para que, acudiendo a la casa, traigan socorro.
SEGUNDO SEMICORO: Me parece que valiera más que nos lanzásemos a la casa y castigásemos el crimen espada en mano.
PRIMER SEMICORO: Consiento en ello. Hay que obrar sin tardanza.
SEGUNDO SEMICORO: Hay que ir a ver. En efecto, así comienzan los que aspiran a la tiranía.
PRIMER SEMICORO: El tiempo perdemos; ¡y ellos pisotean el mérito de la prudencia, y no descansa su mano!
SEGUNDO SEMICORO: No sé qué aconsejaros: Pienso, no obstante, que vale más el consejo que la acción.
PRIMER SEMICORO: Yo lo pienso también, que no tengo poder para lograr con palabras que los muertos se alcen en pie.
SEGUNDO SEMICORO: Mas ¿hemos de sacrificar toda la vida a los violadores de esta casa, y han de ser amos nuestros?
PRIMER SEMICORO: No es soportable. Más vale morir. La muerte vale más que la sumisión a la tiranía.
SEGUNDO SEMICORO: Mas ¿qué prueba tenemos, a no ser ese grito lanzado, para afirmar que el Rey ha sido muerto?
PRIMER SEMICORO: No hay que afirmar sino con toda certidumbre. Lejos está la certidumbre de la conjetura.
SEGUNDO SEMICORO: Tal pienso yo. Hay que esperar a que sepamos con certeza lo que fue del Atrida.
CLITEMNESTRA: No me avergonzaré al desmentir ahora las numerosas palabras que antes dije, por conveniencia del momento. ¿De qué modo ha de prepararse la pérdida del que se odia fingiéndole amor, para envolverle en una red de la que no pueda desprenderse? En verdad, tiempo hace ya que pienso dar este combate. Aunque tarde, al fin, llegó. Heme aquí en pie; le herí; está hecho. No he obrado antes de que le fuese imposible defenderse contra la muerte y esquivarla. Le envolví enteramente en una red sin escape, de coger pescado, en velo riquísimo, pero mortal. ¡Por dos veces le he herido, y ha gritado por dos veces, y las fuerzas se le han quebrantado, y, caído ya, le he herido con un tercer golpe, y el Hades, guardador de muertos, se ha regocijado! Así es cómo, al caer, ha entregado el alma. Jadeante, me ha regado con el surtidor de su herida, negro y sangriento rocío, no menos dulce para mí que lluvia de Zeus para las mieses cuando la espiga rompe su envoltura. He aquí los hechos. Ancianos argivos que aquí estáis. Regocijaos, si os place. Yo de ello me alabo. Si conveniente fuera verter libaciones por un muerto, ciertamente, pudiera hacerse en buena ley por éste. Había colmado la crátera de esta mansión de crímenes execrables, y de ella ha bebido a su regreso.
EL CORO DE LOS ANCIANOS: Admiración causa la insolencia de tu lengua. ¡Te vanaglorias de hablar así de tu marido!
CLITEMNESTRA: Me tienes por mujer irresoluta, y yo os digo, con inquebrantable corazón, para que lo sepáis: que me loéis o me vituperéis, poco importa. Este es Agamenón, mi marido. Muerto está, y es mi mano la que justamente le hirió. Es obra buena. Dicho está.
EL CORO DE LOS ANCIANOS:  
Estrofa I
       ¡Oh, mujer! ¿Qué fruta maldita de la tierra comiste? ¿Qué veneno salido del mar bebiste para concitar de tal suerte sobre ti, con tan horrendo crimen, las execraciones del pueblo? Has herido, has degollado. ¡Horrible a los ciudadanos, serás arrojada de aquí!
CLITEMNESTRA: Deseas ahora que se me arroje de la Ciudad, desterrada, cargada del odio de los ciudadanos y de las execraciones del pueblo, y nada echas en cara a este hombre, que ha sacrificado a su hija, sin cuidarse más de ella que de una oveja de las que abundan en los pastizales, ¡de ella, de la carísima criatura que traje al mundo, y para aplacar los vientos tracios! ¿No  era él quien merecía ser arrojado de aquí, en expiación de tanta impiedad? Mas, sabedor de lo que hice, juez inexorable te me muestras. En verdad te digo que puedes amenazar, pronta estoy. El que logre la victoria, mandará. Si un Dios ha resuelto tu derrota, por lo menos habrás aprendido prudencia.
  EL CORO DE LOS ANCIANOS
Antistrofa I
¡Hablas llena de temeridad y de orgullo, y tu mente furiosa está ebria de sangre del crimen! Esa mancha de sangre que hay en tu rostro está sin venganza; has de expiar, abandonada de los tuyos, muerte con muerte.
       CLITEMNESTRA
Atiende este juramento sagrado: Por la justa venganza de mi hija, por Até, por Erinnis, a quien he ofrecido la sangre de este hombre, no temo entrar nunca en la morada del terror, mientras Egisto, que me tiene amor, encienda el fuego de mi hogar, como ya antes de hoy lo ha hecho. Él es el amplio broquel que protege mi audacia. ¡Ved, yacente, al que me ultrajaba, delicia de las Criseidas que vivieron delante de Ilión! Y ved a la Cautiva, fatídica adivinadora, que compartía su lecho, y vino con él en las naves. No han sido injustamente heridos, y él, ya sabes cómo. Ella, como el cisne, ha cantado su canto de muerte. ¡Yace también la muy amada! ¡Y ello aumenta los placeres de mi lecho!




LAS COÉFORAS (fragmento)

    Cumpliendo las órdenes del Oráculo, vuelve Orestes a su patria, acompañado del fiel Pílades, y llega al lugar donde se alza el túmulo de Agamenón al tiempo que a él se encaminan las esclavas de Clitemnestra, portadoras de las libaciones que la reina ofrece a los manes de su esposo para conjurar los peligros con que en sueños se ha visto amenazada. Se había unido a ellas Electra, a quien luego con vanas señales se da a conocer Orestes. Satisfácese de todo cuanto ocurre, y ya advertido, dirígese a palacio fingiéndose viajero focense, que al pasar por Daulia recibió encargo de comunicar a los deudos del príncipe la nueva de su muerte. Cuando lo oye, Egisto sale regocijado a certificarse de la verdad e, incontinenti, es muerto. Acude a sus ayes Clitemnestra, y también pierde la vida a manos de su hijo, sin que le valgan las razones con que intenta defenderse. Pero cometido el horrendo parricidio, las Furias se apoderan de Orestes, el cual huye a Delfos, siempre perseguido por las tenaces vengadoras.  La escena es en Argos. Componen el coro las doncellas que llevan las libaciones al túmulo de Agamenón.

ORESTES: ¡Así, pues, tú, exterminadora de mi padre, habías de vivir conmigo!
CLITEMNESTRA: La Moira, hijo, es la única culpable.
ORESTES: La Moira es también la que va a degollarte.
CLITEMNESTRA: ¿No temes las maldiciones de la madre que te concibió, hijo mío?
ORESTES: ¡Me concebiste, y me arrojaste a la miseria!
CLITEMNESTRA: ¿Te arrojé al enviarte a la hospitalidad de una morada?
ORESTES: ¡Vendido fui por dos veces, yo, hijo de padre noble!
CLITEMNESTRA: ¿Y dónde está el precio que recibí?
ORESTES: Vergüenza me daría nombrártelo.
CLITEMNESTRA: No te avergüences; mas di también las culpas de tu padre.
ORESTES: No acuses al que penaba lejos, mientras tú permanecías sentada en la casa.
CLITEMNESTRA: ¡Infelicidad grande es para una mujer estar lejos del marido, hijo mío!
ORESTES: El trabajo del marido alimenta a la mujer sentada en la casa.
CLITEMNESTRA: Así, pues, hijo mío, ¿te place matar a tu madre?
ORESTES: ¡No soy yo quien te mata, eres tú misma!
CLITEMNESTRA: ¡Mira! Teme a las iras furiosas de una madre.
ORESTES: ¿Y cómo evitaré la de un padre, si no le vengo?
CLITEMNESTRA: Así, pues, viva, ¿me lamento en vano al borde de la tumba?
ORESTES: El asesinato de mi padre te impuso este destino.
CLITEMNESTRA: ¡Infeliz de mí! Concebí y crié esta sierpe. ¡Verdad decía el sueño que me dio espanto!
ORESTES: Muerte diste al padre, y el hijo te la dará.
EL CORO DE LAS COÉFORAS: Lloremos aún este doble asesinato. Orestes, que tanto sufriera, acaba de poner colmo a tantos crímenes. Empero, demos gracias con nuestras preces porque no se haya extinguido el ojo de estas moradas.


LAS EUMÉNIDES (fragmento)

Perseguido por las Erinnis llega Orestes a Delfos, desde donde, por consejo de Apolo, se encamina a Atenas y se acoge al templo de Atena. Favorécele la diosa; vence en juicio, y regresa a la ciudad de Argos, ya libre del todo. Las Erinnis se ablandan; vuélvense propicias y reciben el nombre de Euménides.

CORO DE LAS EUMÉNIDES:        ¿Zeus, por lo que dices, te había dictado el oráculo con el que mandaste a Orestes que vengase la muerte de su padre, sin respeto a su madre? 
APOLO:   No da lo mismo ver a una mujer degollar a un valiente honrado con el cetro, don de Zeus, y a quien no han traspasado las flechas lanzadas desde lejos, como las de las Amazonas. ¡Escúchame, Palas! Escuchadme también vosotros, que venís a juzgar en esta causa. ¡Al volver de la guerra, de donde traía numerosos despojos, ella le recibió con palabras lisonjeras, y en el momento en que, habiéndose lavado, iba a salir del baño, le envolvió en amplio velo y le hirió, teniéndole inextricablemente impedido! Tal ha sido la suerte fatal de aquel hombre venerabilísimo, del Jefe de las naves. Digo que tal ha sido, para que la mente de los que juzgan en esta causa sienta la mordedura. 
CORO DE LAS EUMÉNIDES:        A Zeus, según tus palabras, más le irrita el asesinato de un padre que el de una madre. Pero él mismo cargó de cadenas a su anciano padre Cronos. ¿Por qué no añadiste esto a lo que has dicho?
Vosotros, ya le oísteis; por testigos os tomo. 
 APOLO: ¡Oh, alimañas, las más abominables de todas, aborrecidas por los Dioses! Pueden romperse cadenas; remedio hay para ello y medios innumerables para libertarse de ellas; pero cuando el polvo ha absorbido la sangre de un hombre muerto, ya no puede volverse a levantar. No ha enseñado mi padre encantamientos que lo consigan, él, que, por encima y por debajo de la tierra, manda y lo pone todo en movimiento, y cuyas fuerzas son siempre iguales. 
CORO DE LAS EUMÉNIDES: Pero ¿cómo has de defender la inocencia de este hombre? ¡Mira! Después de haber vertido la sangre de su madre, su sangre propia, ¿podrá vivir en Argos en la casa de su padre? ¿En qué altares públicos sacrificará? ¿Qué fratría le dará lugar en sus libaciones? 
 APOLO: Esto diré, mira si hablo bien. No es la madre quien engendra al que se llama hijo suyo; no es ella sino la nodriza del germen reciente. El que obra es el que engendra. Recibe la madre el germen, y lo conserva, si place a los Dioses. He aquí la prueba de mis palabras: puede haber padre sin madre. La hija de Zeus Olímpico me sirve aquí de testimonio. No se ha nutrido en las tinieblas de la matriz, porque Diosa ninguna hubiera podido producir tal hija... Yo, Palas, entre otras cosas, engrandeceré tu ciudad y tu pueblo. He enviado a tu morada este suplicante, para que en todo tiempo esté consagrado a ti. ¡Acéptale por aliado, ¡oh, Diosa! a él y a sus descendientes, y guárdente éstos, eterna fe!


Expiar: Padecer trabajos a causa de desaciertos o malos procederes.
Mieses: Conjunto de sembrados de un valle.
Ayes: Para expresar muchos y muy diversos movimientos del ánimo, y más ordinariamente aflicción o dolor.
Lisonjeras: Que agrada y deleita.
Fratría: Entre los antiguos griegos, subdivisión de una tribu que tenía sacrificios y ritos propios.