jueves, 24 de febrero de 2011

Descirpciones de la Antigua Grecia

 Gran imperio dirigido por Darío I que luchó contra Esparta en las Guerras Médicas, luego liderado por Jerjes.

Centro político y cultural de la edad antigua. Cabeza del imperio griego.

Ciudad famosa por los importantes juegos que se realizaban en honor a los dioses.

Región muy rocosa de Grecia en la que se ubica Atenas.

Región adonde se extendió el imperio de Alejandro Magno. Allí nació su padre, Filipo.

Región ubicada entre Macedonia y la Eolida.

Región de Asia menor en la que se ubican importantes ciudades como Pérgamo.
Mar más importante y extenso de la región.

Mar bautizado en honor al Rey, padre de Teseo, quien se suicidó al pensar que su hijo había muerto.

Mar que rodea la isla originaria de Ulises.

Importante ciudad de naturaleza guerrera que luchó en contra de Atenas.

Ciudad subyugada y gobernada por los Dorios (Esparta).

Ciudad en la que se ubica el templo de Apolo. Allí creció Edipo.

Conjunto de islas cercanas y aliadas del Ática.
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Ciudad natal de Esquilo.
Península griega en donde se libró una violenta guerra entre Atenas y Esparta

Ciudad en donde se desarrolla la tragedia de Edipo.

Ciudad en la que se ubica el famoso Oráculo.

Nombre original de la trágica ciudad de Troya.

Ciudad en la que se ubicaba la segunda biblioteca más importante de la antigüedad. Famosa por el papel que allí se originó.

Ciudad natal de Sófocles. Allí se desterró Edipo.

Capital de la poderosa isla de Creta donde residía el Minotauro.

Ciudad que le da el nombre a una famosa prueba Olímpica.

Lugar donde habitaban los dioses olímpicos. Equivalente al cielo del cristianismo.

Isla originaria del famoso Ulises.

Isla natal de Safo, poeta mujer que componía textos románticos y eróticos a las mujeres.

Isla en la que se construyó una de las siete maravillas del mundo antiguo: El Coloso.

Famosa isla en la que vivió el Minotauro.

Conjunto de islas cercanas a Asia menor pero aliadas de Esparta.

Isla destruida por el volcán más poderoso de la antigüedad.

martes, 22 de febrero de 2011

LA LÍRICA GRIEGA.


  1. DEFINICIÓN.

Se entiende por poesía lírica un tipo de poesía personal que toma al propio poeta y sus sentimientos como tema principal. A diferencia de la poesía épica, la lírica es ante todo una poesía subjetiva, pues el poeta no es ya un mero narrador de las hazañas que les ocurren a otros, sino que se toma a sí mismo como motivo de su canto. Como la épica, la lírica es también muchas veces poesía cantada, con acompañamiento musical. Va dirigida ante todo al hombre individual, en quien se trata de producir o evocar los mismos sentimientos que se cantan en el poema.

  1.  ORÍGENES.

Al igual que la épica, en la lírica hubo una primera etapa oral, que coincidió en el tiempo con la épica oral y en donde el poeta se limita también a repetir, con pequeñas variaciones, los poemas transmitidos por la tradición oral. A esta etapa de lírica popular seguirá otra en la que el poeta se sirve de la escritura y se convierte ya en creador. A esta etapa se la denomina lírica culta.
La lírica culta surge en Grecia alrededor del siglo VII a.C. en un momento de profundos cambios. En lo literario, la épica ha perdido ya vitalidad como género y ha entrado en crisis. Se trata de una época en que se consolida el individualismo y el interés del hombre por todo lo que le rodea. Este género literario mantuvo su vitalidad hasta mediados del siglo V a.C., por lo que se circunscribe al período arcaico.

  1. CARACTERÍSTICAS PRINCIPALES.

Entre los rasgos principales que caracterizan la lírica tenemos:

  1. Fue una poesía que se desarrolló en el ambiente de los “agones”, competiciones poéticas organizadas por ciudades, tiranos y santuarios.

  1. En el poema, el mito pierde gran parte de su importancia, llegando incluso a desaparecer. En todos los casos la prioridad la tiene la expresión de las propias emociones y sentimientos.

  1. Es una poesía esencialmente cantada y con acompañamiento musical, teniendo incluso a veces el complemento de la danza.

  1. Se abandonó el hexámetro dactílico de la épica, surgiendo nuevos tipos de versos, pues la lírica evitaba los poemas formados por largas tiradas de versos iguales.

  1. En cuanto a la lengua utilizada para componer los poemas, se adoptó en cada lugar el dialecto local, lo cual contribuyó a consagrar los dialectos griegos de cada zona.

  1. Otro rasgo fundamental es la enorme variedad y riqueza de géneros que produjo la lírica griega, muchos de ellos procedentes de la lírica popular preliteraria.
  1. TIPOLOGÍA.

La lírica griega puede dividirse conforme a distintos criterios. Nosotros la estudiaremos según la división tradicional de acuerdo con el modo de ejecución de los poemas:

-      Lírica monódica: cantada por una sola persona.
-      Lírica coral: ejecutada por un coro.


 4.1. LÍRICA MONÓDICA.

La lírica monódica está compuesta por los siguientes tipos:

  1. ELEGÍA. Es un tipo de poesía relacionada en su origen con los banquetes. Trataba una temática diversa, generalmente seria, acompañada de flauta. Se componía en un tipo de verso denominado dístico elegíaco y la lengua utilizada era el dialecto jónico ático. Los cultivadores de este tipo de poesía fueron: Calino, Tirteo, Solón, Mimnermo, Teognis y Jenófanes.

  1. YAMBO. Es un tipo de poesía que surgió relacionada con el culto a Deméter y Dionisio. Su contenido era burlesco y satírico. Se componía en un tipo de versos formados por yambos y la lengua utilizada era el jónico-ático. Entre sus cultivadores se encuentran: Arquíloco, Semónides, Hiponacte y, sobre todo, Arquíloco.

  1. POESÍA MÉLICA. Es un tipo de poesía que canta sobre todo el amor, el vino y las mujeres. Es la canción de banquete por excelencia y se acompañaba del bárbitos, una especie de lira grande de muchas cuerdas. Se utilizaban distintos tipos de versos y el dialecto que se utiliza es el eolio. Entre sus cultivadores destacan: Alceo, Safo y Anacreonte.


4.2. LÍRICA CORAL.

Este tipo de composiciones era interpretada por un coro con motivo de algún tipo de fiesta o acontecimiento colectivo. En su origen, la mayoría de los poemas corales eran himnos a los dioses, aunque poco a poco fue introduciéndose la temática humana. En cuanto a su estructura métrica, se utilizaban las tríadas, formadas por tres estrofas (estrofa, antistrofa y épodo), y la lengua utilizada es el dorio. Entre sus géneros destacamos:

  1. HIMNO. Canto ritual dirigido a una divinidad. Según el dios al que se dirigía, se distinguen el peán (Apolo), en el que se canta o pide un triunfo (militar, enfermedad, etc.), y el ditirambo (Dionisio). Otros tipos de himnos son: el canto procesional, el treno (canto fúnebre) y el epitalamio (canto nupcial).

  1. CANTOS DEDICADOS A LOS HOMBRES. Destacan el encomio (elogio), el epinicio (canto triunfal) y el canto de guerra.

Fueron muchos los poetas corales, entre ellos destacan: Alcmán, Estesícoro, Íbico, Simónides, Píndaro y Baquílides.


 

lunes, 21 de febrero de 2011

La tragedia griega

Edipo Rey es una obra de Teatro escrita por Sófocles que narra la historia de Edipo, un desventurado príncipe de Tebas, hijo de Layo y de Yocasta. Poco antes de que Layo y Yocasta se casaran el oráculo de Delfos les advirtió de que el hijo que tuvieran llegaría a ser asesino de su padre y esposo de su madre. Layo tuvo miedo, y en cuanto nació Edipo, encargó a uno de sus súbditos que matara al niño, pero dicha persona no cumplió con la orden de matar a Edipo, solo perforó los pies del bebé y lo colgó con una correa de un árbol situado en el monte Citerón, faltando a su lealtad al rey Layo y también por el horror que le producía la orden que le habían dado,
EDIPO REY
Edipo Rey (gr. Oι̉δίπoυς τύραννoς, Oidipous Tyrannos, lat. Oedipus Rex), tragedia griega de Sófocles, de fecha desconocida. Algunos indicios sugieren que pudo ser escrita en los años posteriores a 430 adC. La tetralogía de la que forma parte tiene fama de haber conseguido solo el segundo puesto en el agón dramático, aun cuando Edipo Rey es considerada por muchos la obra maestra de Sófocles, y era admirada especialmente por Aristóteles (en la Poética). Trata de la parte de la historia de Edipo en la que es rey de Tebas y esposo de Yocasta. Cuando se descubre la verdad, que es el asesino de su padre y el esposo de su madre, Edipo se ciega a sí mismo y Yocasta se ahorca.
Por ese lugar pasó Forbas, un pastor de los rebaños del rey de Corintio, escuchó los grandes lamentos y llanto del bebé y lo recogió entregándoselo para su cuidado a Polibio. La esposa de Polibio, Peribea se mostró encantada con el bebé y lo cuidó con cariño en su casa, dándole por nombre Edipo, que significa "el de los pies hinchados".
Edipo creció bajo el cuidado de Polibio y Peribea, y al llegar a los catorce años ya era muy ágil en todos los juegos gimnásticos levantando la admiración de muchos oficiales del ejército que veían en él a un futuro soldado. Uno de sus compañeros de juegos, con la envidia que le producían las capacidades de Edipo lo insultó y le dijo que no era más que un hijo adoptivo y que no tenía honra. Ante todo lo que había escuchado y atormentado por las dudas, Edipo preguntó a su madre si era adoptivo o no, pero Peribea, mintiendo, le dijo a Edipo que ella era su auténtica madre. Edipo, sin embargo, no estaba contento con las respuestas de Peribea y acudió al oráculo de Delfos, quien le pronosticó que el mataría a su padre y se casaría con su madre, y además le aconsejó que nunca volviese Corinto, lugar donde nació. Al oír esas palabras Edipo prometió no volver jamás a Corinto, y emprendió camino hacia Fócida. En su viaje se encontró a un horrible monstruo, La Esfinge. La Esfinge tenía cabeza, cara y manos de mujer, voz de hombre, cuerpo de perro, cola de serpiente, alas de pájaro y garras de león y desde lo alto de una colina detenía a todo aquel que pasara junto a ella y le hacia una pregunta, y si no se la contestaban, la Esfinge les provocaba la muerte.
Creonte el rey de Tebas tenía una hermana llamada Yocasta. Creonte prometió dar la mano de su hermana y el trono de Tebas a aquel que consiguiera descifrar el enigma de la Esfinge. Dicho enigma era: ¿cuál es el animal que por la mañana tiene cuatro pies, dos al mediodía y tres en la tarde?. Edipo que deseaba la gloria más que nada dio respuesta al misterio de la Esfinge diciendo que era el Hombre, pues en su infancia anda sobre sus manos y sus pies, cuando crece solamente sobre sus pies y en su vejez ayudándose de un bastón como si fuera un tercer pie. La Esfinge, enormemente furiosa porque alguien hubiera dado la respuesta correcta , se suicidó abriéndose la cabeza contra una roca.
Entonces Edipo se casó con Yocasta y vivieron felices durante muchos años teniendo varios hijos cuyos nombres son: Etéocles, Polinice, Antígona e Irmene. Un día hubo una gran peste que arrasó a toda la región sin que tuviera remedio alguno, y el oráculo de Delfos informó de que tal calamidad solo desaparecería cuando el asesino de Layo fuese descubierto y echado de Tebas. Edipo animó concienzudamente las investigaciones como buen rey que era pero éstas descubrieron lo que realmente había ocurrido: había matado a Layo, su padre y se había casado con Yocasta, su madre.
Según otras versiones, el asesinato se descubrió porque Edipo le enseñó a Yocasta el cinturón del anciano al que había matado, y que Edipo robó por su valía. Yocasta, después de este descubrimiento se suicidó y Edipo, abrumado por la gran tragedia, creyó no merecer más ver la luz del día y se sacó los ojos con su espada. Sus dos hijos le expulsaron de Tebas y Edipo se fue al Ática donde vivió de la mendicidad y como un pordiosero, durmiendo en las piedras.
Con él viajaba Antígona que le facilitaba la tarea de encontrar alimento y le daba el cariño que requería. Una vez, cerca de Atenas, llegaron a Colono, santuario y bosque dedicado a las Erinias, que estaba prohibido a los profanos. Los habitantes de la zona lo identificaron e intentaron matarlo pero las hermosas palabras de Antígona pudieron salvar su vida. Edipo pasó el resto de sus días en casa de Teseo, quien le acogió misericordiosamente. Otra versión afirma que murió en el propio santuario pero antes de expirar Apolo le prometió que ese lugar sería sagrado y estaría consagrado a él y sería extremadamente provechoso para todo el pueblo de Atenas.

domingo, 20 de febrero de 2011

Las ideas se tienen; en las creencias se está.

José Ortega y Gasset
ENSAYOS
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"Creer y pensar"
I
Las ideas se tienen; en las creencias se está. -"Pensar en las cosas"
y "contar con ellas".
Cuando se quiere entender a un hombre, la vida de un hombre,
procuramos ante todo averiguar cuáles son sus ideas. Desde que el
europeo cree tener "sentido histórico", es ésta la exigencia más elemental.
¿Cómo no van a influir en la existencia de una persona sus ideas y las
ideas de su tiempo? La cosa es obvia. Perfectamente; pero la cosa es
también bastante equívoca, y, a mi juicio, la insuficiente claridad sobre lo
que se busca cuando se inquieren las ideas de un hombre —o de una
época— impide que se obtenga claridad sobre su vida, sobre su historia.
Con la expresión "ideas de un hombre" podemos referirnos a cosas muy
diferentes. Por ejemplo: los pensamientos que se le ocurren acerca de
esto o de lo otro y los que se le ocurren al prójimo y él repite y adopta.
Estos pensamientos pueden poseer los grados más diversos de verdad.
Incluso pueden ser "verdades científicas". Tales diferencias, sin embargo,
no importan mucho, si importan algo, ante la cuestión mucho más radical
que ahora planteamos. Porque, sean pensamientos vulgares, sean
rigorosas "teorías científicas", siempre se tratará de ocurrencias que en un
hombre surgen, originales suyas o insufladas por el prójimo. Pero esto
implica evidentemente que el hombre estaba ya ahí antes de que se le
ocurriese o adoptase la idea. Ésta brota, de uno u otro modo dentro de una
vida que preexistía a ella. Ahora bien, no hay vida humana que no esté
desde luego constituida por ciertas creencias básicas y, por decirlo así,
montada sobre ellas. Vivir es tener que habérselas con algo: con el mundo
y consigo mismo. Mas ese mundo y ese "sí mismo" con que el hombre se
encuentra le aparecen ya bajo la especie de una interpretación, de "idea"
sobre el mundo y sobre sí mismo.
Aquí topamos con otro estrato de ideas que un hombre tiene. Pero ¡cuán
diferente de todas aquellas que se le ocurren o que adopta! Estas "ideas"
básicas que llamo "creencias" —ya se verá por qué— no surgen en tal día
y hora dentro de nuestra vida, no arribamos a ellas por un acto particular
de pensar, no son, en suma, pensamientos que tenemos, no son
ocurrencias ni siquiera de aquella especie más elevada por su perfección
lógica y que denominamos razonamientos. Todo lo contrario: esas ideas
que son, de verdad, "creencias" constituyen el continente de nuestra vida
y, por ello, no tienen el carácter de contenidos particulares dentro de ésta.
Cabe decir que no son ideas que tenemos, sino ideas que somos. Más
aún: precisamente porque son creencias radicalísimas, se confunden para
nosotros con la realidad misma —son nuestro mundo y nuestro ser—,
pierden, por tanto, el carácter de ideas, de pensamientos nuestros que
podían muy bien no habérsenos ocurrido.
Cuando se ha caído en la cuenta de la diferencia existente entre esos dos
estratos de ideas aparece, sin más, claro el diferente papel que juegan en
nuestra vida. Y, por lo pronto, la enorme diferencia de rango funcional. De
las ideas-ocurrencias —y conste que incluyo en ellas las verdades más
rigorosas de la ciencia— podemos decir que las producimos, las
sostenemos, las discutimos, las propagamos, combatimos en su pro y
hasta somos capaces de morir por ellas. Lo que no podemos es... vivir de
ellas. Son obra nuestra y, por lo mismo, suponen ya nuestra vida, la cuál
se asienta en ideas-creencias que no producimos nosotros, que, en
general, ni siquiera nos formulamos y que, claro está, no discutimos ni
propagamos ni sostenemos. Con las creencias propiamente no hacemos
nada, sino que simplemente estamos en ellas. Precisamente lo que no nos
pasa jamás —si hablamos cuidadosamente— con nuestras ocurrencias. El
lenguaje vulgar ha inventado certeramente la expresión "estar en la
creencia". En efecto, en la creencia se está, y la ocurrencia se tiene y se
sostiene. Pero la creencia es quien nos tiene y sostiene a nosotros.
Hay, pues, ideas con que nos encontramos —por eso las llamo
ocurrencias— e ideas en que nos encontramos, que parecen estar ahí ya
antes de que nos ocupemos en pensar.
Una vez visto esto, lo que sorprende es que a unas y a otras se les llame
lo mismo: ideas. La identidad de nombre es lo único que estorba para
distinguir dos cosas cuya disparidad brinca tan claramente ante nosotros
sin más que usar frente a frente estos dos términos: creencias y
ocurrencias. La incongruente conducta de dar un mismo nombre a dos
cosas tan distintas no es, sin embargo, una casualidad ni una distracción.
Proviene de una incongruencia más honda: de la confusión entre dos
problemas radicalmente diversos que exigen dos modos de pensar y de
llamar no menos dispares.
Pero dejemos ahora este lado del asunto: es demasiado abstruso. Nos
basta con hacer notar que "idea" es un término del vocabulario psicológico
y que la psicología, como toda ciencia particular, posee sólo jurisdicción
subalterna. La verdad de sus conceptos es relativa al punto de vista
particular que la constituye, y vale en el horizonte que ese punto de vista
crea y acota. Así, cuando la psicología dice de algo que es una "idea", no
pretende haber dicho lo más decisivo, lo más real sobre ello. El único
punto de vista que no es particular y relativo es el de la vida, por la sencilla
razón de que todos los demás se dan dentro de ésta y son meras
especializaciones de aquél. Ahora bien, como fenómeno vital la creencia
no se parece nada a la ocurrencia: su función en el organismo de nuestro
existir es totalmente distinta y, en cierto modo, antagónica. ¿Qué
importancia puede tener en parangón con esto el hecho de que, bajo la
perspectiva psicológica, una y otra sean "ideas" y no sentimientos,
voliciones, etcétera?
Conviene, pues, que dejemos este término —"ideas"— para designar todo
aquello que en nuestra vida aparece como resultado de nuestra ocupación
intelectual. Pero las creencias se nos presentan con el carácter opuesto.
No llegamos a ellas tras una faena de entendimiento, sino que operan ya
en nuestro fondo cuando nos ponemos a pensar sobre algo. Por eso no
solemos formularlas, sino que nos contentamos con aludir a ellas como
solemos hacer con todo lo que nos es la realidad misma. Las teorías, en
cambio, aun las más verídicas, sólo existen mientras son pensadas: de
aquí que necesiten ser formuladas.
Esto revela, sin más, que todo aquello en que nos ponemos a pensar tiene
ipso facto para nosotros una realidad problemática y ocupa en nuestra vida
un lugar secundario si se le compara con nuestras creencias auténticas.
En éstas no pensamos ahora o luego: nuestra relación con ellas consiste
en algo mucho más eficiente; consiste en... contar con ellas, siempre, sin
pausa.
Me parece de excepcional importancia para inyectar, por fin, claridad en la
estructura de la vida humana esta contraposición entre pensar en una cosa
y contar con ella. El intelectualismo que ha tiranizado, casi sin interrupción,
el pasado entero de la filosofía ha impedido que se nos haga patente y
hasta ha invertido el valor respectivo de ambos términos. Me explicaré.
Analice el lector cualquier comportamiento suyo, aun el más sencillo en
apariencia. El lector está en su casa y, por unos u otros motivos, resuelve
salir a la calle. ¿Qué es en todo este su comportamiento lo que
propiamente tiene el carácter de pensado, aun entendiendo esta palabra
en su más amplio sentido, es decir, como conciencia clara y actual de
algo? El lector se ha dado cuenta de sus motivos, de la resolución
adoptada, de la ejecución de los movimientos con que ha caminado,
abierto la puerta, bajado la escalera. Todo esto en el caso más favorable.
Pues bien, aun en ese caso y por mucho que busque en su conciencia, no
encontrará en ella ningún pensamiento en que se haga constar que hay
calle. El lector no se ha hecho cuestión ni por un momento de si la hay o
no la hay. ¿Por qué? No se negará que para resolverse a salir a la calle es
de cierta importancia que la calle exista. En rigor, es lo más importante de
todo, el supuesto de todo lo demás. Sin embargo, precisamente de ese
tema tan importante no se ha hecho cuestión el lector, no ha pensado en
ello ni para negarlo ni para afirmarlo ni para ponerlo en duda. ¿Quiere esto
decir que la existencia o no existencia de la calle no ha intervenido en su
comportamiento? Evidentemente, no. La prueba se tendría si al llegar a la
puerta de su casa descubriese que la calle había desaparecido, que la
tierra concluía en el umbral de su domicilio o que ante él se había abierto
una sima. Entonces se produciría en la conciencia del lector una clarísima
y violenta sorpresa. ¿De qué? De que no había aquélla. Pero ¿no
habíamos quedado en que antes no había pensado que la hubiese, no se
había hecho cuestión de ello? Esta sorpresa pone de manifiesto hasta qué
punto la existencia de la calle actuaba en su estado anterior, es decir,
hasta qué punto el lector contaba con la calle aunque no pensaba en ella y
precisamente porque no pensaba en ella.
El psicólogo nos dirá que se trata de un pensamiento habitual, y que por
eso no nos damos cuenta de él, o usará la hipótesis de lo subconsciente,
etc. Todo ello, que es muy cuestionable, resulta para nuestro asunto por
completo indiferente. Siempre quedará que lo que decisivamente actuaba
en nuestro comportamiento, como que era su básico supuesto, no era
pensado por nosotros con conciencia clara y aparte. Estaba en nosotros,
pero no en forma consciente, sino como implicación latente de nuestra
conciencia o pensamiento. Pues bien, a este modo de intervenir algo en
nuestra vida sin que lo pensemos llamo "contar con ello". Y ese modo es el
propio de nuestras efectivas creencias.
El intelectualismo, he dicho, invierte el valor de los términos. Ahora resulta
claro el sentido de esta acusación. En efecto, el intelectualismo tendía a
considerar como lo más eficiente en nuestra vida lo más consciente. Ahora
vemos que la verdad es lo contrario. La máxima eficacia sobre nuestro
comportamiento reside en las implicaciones latentes de nuestra actividad
intelectual, en todo aquello con que contamos y en que, de puro contar con
ello, no pensamos.
¿Se entrevé ya el enorme error cometido al querer aclarar la vida de un
hombre o de una época por su ideario; esto es, por sus pensamientos
especiales, en lugar de penetrar más hondo, hasta el estrato de sus
creencias más o menos inexpresas, de las cosas con que contaba? Hacer
esto, fijar el inventario de las cosas con que se cuenta, sería, de verdad,
construir la historia, esclarecer la vida desde su subsuelo.